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San Pío X... bonito sombrero

El Papa y la recepción del Vaticano II (secunda secundae)

Publicado: 2012-04-03

Marcel Lefebvre, el difunto líder de la Sociedad de San Pío X, rechazó de manera enfática la colegialidad promovida por Lumen Gentium. Para los lefebvristas y para algunos otros católicos muy conservadores, que no necesariamente comparten todas las tesis de Lefebvre, las razones de la oposición a Lumen Gentium son más que justificables. Los más radicales se contentarían con la frase: ‘Lo dice el Papa y a callar todo el mundo.’

En realidad, desde Gregorio XVI hasta Pío XII se puede hablar de una tradición papal centenaria —en la que precisamente destaca Pío X— abocada a poner la autoridad del pontífice por encima de cualquier restricción proveniente de la curia. En este sentido, lo que realmente llama la atención es que el Concilio Vaticano II produjera una Constitución como Lumen Gentium, tan alejada del curso prevalente en el Papado preconciliar.

Benedicto XVI no quiere ver en esto ni ruptura ni discontinuidad. Menuda tarea de persuasión la que se autoimpone. Su mejor estrategia es buscar un término intermedio. Quienes esperaban un ‘sí’ incondicional, explica, una apertura total de la Iglesia a las demandas de la cultura política moderna, subestimaron las propias tensiones y contradicciones de la Modernidad. Sí hubo un ‘sí’, desde luego, pero no fue incondicional.

Ah, es rojo

El Concilio no podía tener la intención de abolir esta contradicción del Evangelio con respecto a los peligros y los errores del hombre. En cambio, no cabe duda de que quería eliminar contradicciones erróneas o superfluas, para presentar al mundo actual la exigencia del Evangelio en toda su grandeza y pureza. El paso dado por el Concilio hacia la edad moderna, que de un modo muy impreciso se ha presentado como ‘apertura al mundo’, pertenece en último término al problema perenne de la relación entre la fe y la razón, que se vuelve a presentar de formas siempre nuevas.”

Glosaré cuatro puntos claves de esta cita:

(1) La contradicción del Evangelio con los errores del hombre no se puede abolir.

La Iglesia es signo de contradicción: “No crean que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada” (Mt 10: 34). ¿Cómo interpretar paz y espada? En la contraposición de paz y guerra, la espada es un arma y necesita un enemigo que puede ser la Ilustración, el liberalismo o el relativismo. Pero si paz es la armonía del paraíso perdido, que Cristo anuncia, entonces la espada es una herramienta de transformación.

(2) Se deben abolir las contradicciones superfluas y el Concilio lo intentó.

Asumo que hablamos de una espada hermenéutica, no de un arma. Esta espada de la razón está diseñada para detectar qué es necesario y qué es contingente, qué se debe mantener en principio y qué se debe cambiar según el contexto. Y cuando se toma en serio que es una herramienta hermenéutica, no solo no pretende eliminar a sus adversarios, sino dialoga con ellos e incluso puede llegar a comprender que un oponente podría tener la razón.

(3) Es necesario interpretar de manera precisa la apertura al mundo.

Nuevamente, la espada hermenéutica de Benedicto XVI. Interpretar de una manera precisa lo que ha sido asumido de forma vaga. Al menos en el discurso que dio en diciembre de 2005, el Papa no mostró el mejor filo de su espada respecto a la ‘apertura al mundo moderno’. Es verdad que un discurso breve no puede tener el detalle de una encíclica, como, por ejemplo, Caritas in Veritate, donde me parece que habría que proseguir la pesquisa.

(4) Esto demanda pensar la relación de fe y razón en nuestro tiempo.

Pensar y repensar esta relación en el tiempo, éste es el problema perenne de la catolicidad, que atraviesa todos los niveles de la vida de la Iglesia, desde la parroquia hasta el episcopado, pasando desde luego por las universidades (particularmente por la PUCP, que al parecer está por fin saliendo del túnel). Por esto mismo es crucial saber con qué espíritu se aborda la relación: en contienda fraterna o en guerra de restauración.

Conclusión

Aún si el Vaticano II solo fuera un bache, no puede ser ignorado ni abolido. La presencia de sus decretos en la conciencia católica permite esperar moderación. “El programa propuesto por el Papa Juan XXIII —reconoce Benedicto— era sumamente exigente, como es exigente la síntesis de fidelidad y dinamismo.” Esa exigencia se llama aplicación, sostenida en la fidelidad a la Revelación y el dinamismo de los contextos históricos.

En lo personal, no veo por qué no probar otras opciones heurísticas. ¿Por qué no desarrollar, p.ej., una hermenéutica de la discontinuidad sin ruptura? Discontinuidad con el autoritarismo; pero sin ruptura con los principios evangélicos, que los decretos del Concilio recogen y trasmiten más allá de toda duda. Sería como invitar a conservadores y progresistas a trabajar juntos por la unidad en estos duros tiempos de crisis.


Escrito por

Luis Eduardo Bacigalupo

Anti-filósofo, profesor de filosofía dedicado al estudio de la religión, creyente escéptico, malleus maleficorum... etc.


Publicado en

El Ojo de Timón

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