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En la cuaresma, una nota sobre la religión verdadera (3/3)

Publicado: 2012-03-29

Aceptar que hay una verdad religiosa no significa privilegiar una confesión sobre las demás. La verdad de la religión depende de la capacidad que tenga su palabra de trascender la comprensión humana de lo humano. Para lograr esa perspectiva trascendente las culturas afinan el carácter de su dios o sus dioses, que en el mejor de los casos hablan a todos directamente o, por lo general, a través de una casta privilegiada de hombres.

Creer en la verdad de la palabra divina no es lo mismo que creer en los refranes porque la sabiduría que ahí se expresa no es humana. Se diría que se trata de un ingenioso ardid para crear la ilusión del remitente divino que se comunica a través de los textos. El problema es que, según las reglas de ese juego del lenguaje que llamamos religión, no se puede saber si es una ilusión o no, porque este tipo de creencias no admiten verificación.

Esas son las reglas; tómalo o déjalo. Para quienes ni lo tomamos ni lo dejamos, cabe todavía destacar que en la naturaleza parece haber un código ordenador del caos, una suerte de auto-organización de la complejidad, que se replica en diversos niveles, que degenera y se regenera, y que los humanos han sido capaces de vislumbrar desde el momento en que dejaron de pensar solo en comer. Sobre esta base habrían inventado la religión.

¿Qué tenemos hasta aquí? Una ecuación en la que se suma solemnidad más discurso moral y se divide entre palabra y trascendencia, lo que arroja como resultado la muerte. Imaginen a un bromista irreverente; ahora piensen si sería capaz de aparecer en un velorio vestido de payaso. La muerte es la madre de todas las solemnidades, y aun así la desafiamos con gusto. Pero esa partida no se puede ganar; por eso, algunos deciden jugar otra.

La verdad del refrán ‘Quien bien come y digiere, solo de viejo se muere’ se puede ver a diario en el cuidado que cada vez más personas ponen a su salud. Tiene sentido, pero no es una verdad trascendente. Todavía está de este lado de la ribera. Más fronterizo es este: ‘La muerte está más cerca de nosotros que la pestaña del ojo.” Pero se queda corto porque no hay el emisor supra-humano que provea la norma desde precisamente la otra orilla.

El juego religioso exige que la sabiduría que expresa trascienda lo humano,  lo que en concreto significa que proceda de y retorne a el agujero negro de la razón que es la otra orilla. Esa dimensión es tan oscura que se la puede llamar nada. El hecho es que de la nada venimos y a la nada volvemos. Llamar Dios a "eso" es fácil; lo difícil es creer que de algún modo le habla a los seres humanos. Esta creencia es la regla dorada de la religión.

FIN


Escrito por

Luis Eduardo Bacigalupo

Anti-filósofo, profesor de filosofía dedicado al estudio de la religión, creyente escéptico, malleus maleficorum... etc.


Publicado en

El Ojo de Timón

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