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El Papa y la recepción del Vaticano II (prima pars)

Publicado: 2012-04-01

En diciembre de 2005, Benedicto XVI dio un discurso ante la Curia en el que planteó estas preguntas: “¿Cuál ha sido el resultado del Concilio? ¿Ha  sido recibido de modo correcto? En la recepción del Concilio, ¿qué se ha hecho  bien? ¿Qué ha sido insuficiente o equivocado? ¿Qué queda aún por hacer?” Su respuesta es que todo depende de la hermenéutica del Concilio, de la que hay dos tendencias, una buena y una mala. ¿Por cuál comienzo?

La mala

Algunos creen que el Vaticano II fue el gran acontecimiento del siglo XX con el que habría concluido la Era constantiniana, es decir, esos 1680 años caracterizados por un irrefrenable anhelo de poder temporal. Al aceptar dialogar con el mundo moderno, la Iglesia post-conciliar habría por fin abandonado esa vieja y malsana aspiración. A esta posición Benedicto XVI la llama “la hermenéutica de la discontinuidad y la ruptura.”

La buena

Otros denuncian los graves errores del Vaticano II, el primero de los cuales es precisamente la discontinuidad. Visto como una ruptura con la tradición, el Concilio en la práctica se habría convertido en un factor más de la crisis de la Iglesia, por lo que se impone reformar su recepción. A esta posición Benedicto la llama “la hermenéutica de la reforma” de la recepción y añade que, por fortuna, de modo silencioso, está dando frutos.

La tensión producida por esta divergencia es enorme. Para aliviarla, el Papa cree que la Curia debe afirmar la continuidad en el nivel de los principios teológicos y promover la reforma de la interpretación progresista del espíritu del Concilio. En otras palabras, se ha de eliminar la idea de que el Vaticano II produjo discontinuidad y ruptura con la forma tradicional de afrontar las amenazas del mundo moderno a la fe católica.

La clave

El Papa cree que la visión progresista ve en el Concilio una suerte de “Asamblea Constituyente, que elimina una Constitución antigua y crea una nueva.” Una asamblea de ese tipo, aclara, necesita la autoridad del pueblo, que le confiere y confirma el mandato. “Los padres [conciliares] no tenían ese mandato y nadie se lo había dado; por lo demás, nadie podía dárselo, porque la Constitución esencial de la Iglesia viene del Señor.”

Esto es un claro rechazo de la filosofía política moderna y de la soberanía popular dentro del gobierno de la Iglesia. La tradición eclesiástica es tan incompatible con los principios modernos de autodeterminación de la razón y autonomía de la voluntad, que es imposible ver a los padres del Concilio como una banda de progresistas que querían romper con el espíritu anti-liberal y anti-democrático de la Iglesia pre-conciliar.

El relativismo

Además de las razones filosóficas, hay otras que permiten comprender mejor la posición de Benedicto en este tema. Como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Ratzinger dijo que los efectos no deseados del Concilio reproducían los factores más negativos de la crisis de valores de la humanidad, esos que, a fines de los años sesenta, se manifestaron en una mezcla malsana de liberalidad moral y dogmatismo marxista.

Ratzinger estaba convencido de que una parte del clero había traspasado el umbral de 1968, lo que produjo un profundo quiebre moral en la conducción de la Iglesia. Asumidos desde ese quiebre, los decretos del Concilio, en sí mismos buenos, quedaron tergiversados por el espíritu de la Modernidad. De ese modo, el Vaticano II se convirtió en un factor más de relativismo cultural. ¿Qué efectos atribuye Ratzinger a esa mala recepción?

La crisis de identidad

En los últimos cincuenta años, al amparo de la recepción equivocada del Vaticano II, Benedicto ve que se ha desarrollado una subcultura católica moderna o, mejor aún, liberal. Se trata de clérigos y sobre todo laicos que privilegian el principio de la libertad individual y el pensamiento crítico, y que miran con desconfianza y hasta con vergüenza a una jerarquía que exige obediencia incuestionable a su autoridad.

La ilusión de la hora cero

La subcultura católica liberal aspira, según el Papa, a refundar la Iglesia sobre los principios de la razón crítica y a declarar el borrón y cuenta nueva. Ratzinger calificó a esta actitud de neurosis y creía que al Papado todavía le hacía falta una buena estrategia para enfrentarla. En su concepto, lo que en primer lugar se debía desterrar era la idea de que la Iglesia en su conjunto era un espacio de debate acerca del Vaticano II.

El aval a la Ilustración

Interpretar el sentido del Concilio era para Ratzinger un asunto exclusivo de la colegialidad, no de la razón crítica. Los prelados debían convencerse de que la recepción errada se alinea inevitablemente con la Ilustración y, por ello, favorece la disolución de los valores tradicionales del catolicismo. En suma, era necesario una hermenéutica de la reforma para que el Vaticano II no siguiera siendo un evento contraproducente.

Comentario

Se ve que Benedicto aplica las ideas que tenía cuando era Ratzinger. No ha cambiado su forma de pensar, aunque ahora le toca hacer de equilibrista. Como trataré de mostrar, sus posiciones conservadoras no son el capricho de un individuo que mira la historia de manera peculiar; tienen pleno asidero en la tradición. Pero el Papa sabe también que cincuenta años han hecho que la subcultura liberal no pueda ser eliminada por decreto.

Volveré sobre este tema pronto.


Escrito por

Luis Eduardo Bacigalupo

Anti-filósofo, profesor de filosofía dedicado al estudio de la religión, creyente escéptico, malleus maleficorum... etc.


Publicado en

El Ojo de Timón

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