Una nota satírica sobre la filosofía y los filósofos
“It is the test of a good religion whether you can joke about it.”
Gilbert Keith Chesterton (1874-1936)
La intuición de Chesterton vale en cualquier ámbito; pero cobra fuerza cuando se refiere a la religión. Lo sagrado es lo solemne por excelencia, y sin embargo no es refractario del humor. Sin duda, ciertas figuras cómicas pueden ser muy ofensivas para los creyentes, sobre todo la sátira. Si la sátira no hiere sentimientos, no cumple su función. En ese sentido, toda buena comedia es como una equilibrista tambaleante, hiere y no hiere, profana y no profana a la vez.
Los límites del humor son imprecisos porque vive de esa ambigüedad. En el caso de la sátira religiosa el límite extremo lo traza la piedad, que para los antiguos era una especie de la justicia: darle a lo divino lo que a lo divino corresponde. Lo que se solía dar era culto, respeto y un holgado espacio físico de veneración, no siempre bien ventilado. En ese espacio el bufón no se podía permitir ser impío, so pena de una rechifla general.
Eso no ha cambiado mucho con los siglos. Hoy, por ejemplo, solo es políticamente correcto hacer chistes de negros o judíos si se es negro o judío, respectivamente por supuesto. El nuevo culto es la veneración de la dignidad humana, tan solemne y grave como el culto divino. Pero, ¿por qué sería este culto secular inmune a la sátira? ¿Por qué no parodiar a los nuevos inquisidores, hiriéndolos pero sin profanar del todo su dignidad?
Candidatos para inquisidores sobran en el mundo, pero una raza destaca por sus grandes cualidades contenciosas: los filósofos. Nos lanzamos furibundos contra quienes no piensan como manda la filosofía. A algunos colegas solo les faltaría agitar una cajita de fósforos en son de amenaza ante sus turbados rivales. Ni se te ocurra enfrentarte a un filósofo, que te manda a la hoguera; que ya no es, por cierto, la pira ardiente sino el temido desprestigio intelectual de haber sido condenado por la máquina del saber.
Palomo-Lamarca (igualito a Juan Dejo)
Nota.- Para fustigar a mi propia raza tomo prestado una analogía del Prof. H:. Antonio Palomo-Lamarca, de la Universidad de Minnesota, autor de un manifiesto anti-filosófico que, por lo demás, no es del todo persuasivo.
Disclaimer.- Dada mi (de)formación profesional, esta sátira es políticamente correcta. Con ella quiero dar un aviso de servicio público y si por alguna improbable chiripa hiero los sentimientos de algún buen amigo, allá él.
La sátira no revela hechos, pero tal vez sí alguna verdad
Los filósofos se parecen cada vez más a Norman Bates, el personaje del filme Psicosis, de Alfred Hitchcock, interpretado por Anthony Perkins. Bates es un taxidermista que regenta un motel de carretera muy poco frecuentado, cerca de Fairvale, California. En diálogo con Marion (Janet Leigh), le revela que se siente atrapado por el vínculo con su madre, quien está loca; pero Bates se justifica porque: todos estamos un poco locos.
No relataré la trama sino solo lo esencial: la madre de Bates estaba muerta, él la tenía en casa disecada, charlaba con ella, él mismo contestaba el diálogo modificando su voz y se vestía como ella para asesinar en su nombre. El psiquiatra (Simon Oakland) explica al final que la muerta controlaba la mente de Bates, quien años atrás la había envenenado por celos, a ella y a su amante; pero poco después recobró el cadáver y lo momificó.
¡Filósofos, la vieja está muerta! Pero no escuchan. Niegan el crimen y prefieren travestirse cada uno en la filosofía que mataron a punta de instrucción profesional. Ese cuchillo es la soberbia del conocimiento último de las cosas y su filo es la lógica formal. Bates no se puede reconocer en sus actos porque en su perturbada mente no es él quien mató a Marion sino su madre. Así también, para los Normans universitarios es la filosofía la que denigra a los indoctos, no los filósofos.
Las dos víctimas de Bates, Marion y el detective Arbogast (Martin Balsam), son amenazas al dominio matriarcal, y se perciben así debido al gran poder de seducción que ejercen. La sensualidad de Marion representa el sentido común; y la mente deductiva de Arbogast es imagen de una razón no-filosófica. La vieja no puede permitir que el sentido común y las otras disciplinas seduzcan a sus hijos, quienes en seguida sacan el cuchillo.
Al final de película la mente de Norman Bates, ya ingresado en un sanatorio, cesa de desdoblarse y adquiere por fin una sola voz, pero es la voz de la madre.
¿Terapia? Habrá que ver si están a tiempo. A mí no me ha ido mal con unos cuantos hechizos domésticos, basados en el arte y el ejercicio corporal. Me libré de la excesiva solemnidad, que alimenta la soberbia, y acepté que a través de mí solo habla la filosofía profesional, que es la que me invento según las reglas de la academia... y por la que cobro un sueldo, única razón por la cual tengo que seguir ejerciéndola con eso que llaman calidad y excelencia.