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La oferta de la jerarquía católica no concuerda con la demanda

Publicado: 2012-05-21

Porque he sido incorporado al Cuerpo místico de Cristo por el bautismo, una norma del catolicismo me declara fiel cristiano —no en el sentido de fidelidad sino de pertenencia—. Si me tengo que quejar con alguien, es con mis padres por haberme hecho bautizar; pero la verdad es que no me quejo. El bautismo me hace partícipe de tres funciones del Cristo: real, sacerdotal y profética, a las que no me siento particularmente atraído; pero ahí las tengo.

El Concilio Vaticano II aclaró que ese Cuerpo místico al que pertenecen los bautizados es la Iglesia de Cristo, llamada a ser la comunidad de quienes aman con el amor de la caridad. Esta Iglesia subsiste en la Iglesia católica. En otras palabras, la Iglesia de Cristo es una realidad espiritual; la católica es una realidad mixta: espiritual, por ser el vehículo de la de Cristo; pero también humana, porque tiene que gobernarse y financiarse de alguna manera. Como suele ocurrir en las instituciones del planeta tierra, el poder político tiene una presencia ineludible en la parte humana, con frecuencia demasiado humana de la Iglesia católica.

Pero la corrupción del clero, que la prensa todavía documenta muy mal, no es mi tema. Aquí me interesa comentar otra norma de este juego del lenguaje llamado catolicismo, y que recojo a la letra del canon 205 del Código de Derecho Canónico.

Se encuentran en plena comunión con la Iglesia católica, en esta tierra, los bautizados que se unen a Cristo dentro de la estructura visible de aquella, es decir, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos y del régimen eclesiástico.

Este canon pone el acento en la comunión plena. Se supone que ningún cristiano desearía una comunión parcial con la Iglesia católica, porque ser un buen católico es necesario para lograr la salvación. Cuando hoy se pronuncia este dogma siempre se añade: ‘pero algunas personas fuera de la Iglesia podrían salvarse si es que no han sido plenamente iniciadas en la fe’, como para no quedar mal; pero ese tampoco es el tema de esta noche.

Esto es lo que quiero cuestionar: la hipótesis en la que se basa el dogma de la salvación es que la gente desea salvarse. Pero los tiempos cambian y ya no sabemos si salvarse significa salvarse. ¿Qué pasaría si el concepto de salvación estuviese perdiendo su viejo sentido? Esta me parece que es la hipótesis de la secularización: en nuestro tiempo, el principio del amor cristiano sigue vigente como ideal ético; pero la muerte se ha vuelto menos terrorífica para muchos mortales. Las personas no se pueden imponer creencias que carecen de significación en sus vidas. Si ya hay en el catolicismo una masa crítica para la cual, aunque siga considerando que Cristo es Dios, la salvación ultra-terrena ha dejado o está dejando de ser un concepto gravitante en sus decisiones y en su obrar, entonces no extraña que se agranden el desinterés por los dogmas, el abandono de los sacramentos y la indiferencia ante las disposiciones eclesiásticas. La disidencia, en un contexto así, no necesita ser explícita.

Los fieles —dice el canon 209—están obligados a observar siempre la comunión con la Iglesia, incluso en su modo de obrar. Cumplan con gran diligencia los deberes que tienen […] según las prescripciones del derecho.”

Si el derecho canónico está basado en las grandes hipótesis cristianas y éstas en la idea de la salvación ultra-terrena, que a su vez depende de cómo se viva la angustia ante la muerte, entonces: Houston,  we have a problem. En la cultura secular, la muerte ya obtiene parámetros nuevos, ajenos a la lógica de la recompensa y el castigo. Frente a ello, en lugar de embotellarse en una guerra cultural poco auspiciosa, a la Iglesia católica le convendría reformarse. Esto les reclaman los fieles en Europa, pero los obispos siguen concibiendo su autoridad —bastante mellada, por cierto— en la lógica jurídica de un Estado que retribuye en el cielo y sanciona en la tierra. La brecha con el sensus fidelium se agranda también en América Latina, donde ya se constata una cierta ‘calvinización’ del catolicismo o, en su defecto, un giro galopante hacia confesiones que ofrecen premiar a sus fieles con la felicidad espiritual en esta vida.

Si ante este complejo panorama, para no seguir perdiendo terreno, solo se dan reacciones autoritarias, destempladas y poco imaginativas, será cada vez más difícil reconocer en la Iglesia católica la comunidad terrena donde subsiste la Iglesia de Cristo.


Escrito por

Luis Eduardo Bacigalupo

Anti-filósofo, profesor de filosofía dedicado al estudio de la religión, creyente escéptico, malleus maleficorum... etc.


Publicado en

El Ojo de Timón

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