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El tratado del cuate

El guerrero y la mujer cautiva

Publicado: 2012-05-27

[ Una consideración casual ]

Cuando salgas a la guerra contra tu enemigo y el Señor, tu Dios, te lo entregue en tu poder y hagas cautivos, si ves entre ellos una mujer hermosa, te enamoras de ella y quieres tomarla por mujer, la llevarás a tu casa, ella se rapará la cabeza, se cortará las uñas, se quitará el manto de cautiva y durante un mes llorará en tu casa a su padre y a su madre; pasado el luto, te unirás a ella, serás su marido y ella será tu mujer.”

Dt 21: 10-13.

Uno de los aspectos más interesantes en la lectura de la Biblia es la posibilidad de adaptar sus imágenes a escenarios contemporáneos. Siempre surge de ese ejercicio alguna aplicación que enriquece la perspectiva de las cosas. Eso es lo que los especialistas llaman la función alegórica del texto, que los predicadores de antaño sabían utilizar muy bien. Un buen ejemplo de esa destreza lo brinda fray Diego Valadés, OFM., un erudito mexicano que escribió una Rhetorica Christiana, publicada en Perugia en 1579, y cuya reedición moderna me encuentro estudiando en estos días en mi apacible retiro sureño.

En cierto lugar de su tratado, este ilustre cuate recuerda una imagen inventada por san Jerónimo —“hombre doctísimo y experto en las tres lenguas”—, imagen sugerida a su vez por el pasaje del Deuteronomio que encabeza estas modestas líneas. Para Jerónimo la mujer cautiva es la filosofía y el guerrero es el militante de la fe, que se enamora de ella. Valadés, que no era peluquero ni manicurista, cree sin embargo distinguir el sentido de la norma bíblica con esta finura: “Así también solemos hacer nosotros cuando leemos a los filósofos: si encontramos algo útil, lo convertimos en nuestro dogma; pero si hallamos algo superfluo, lo raemos, le hacemos la calvicie, lo cortamos, como hacemos con las uñas, con un hierro muy afilado.”

Jerónimo escribía en el siglo IV, Valadés en el XVI y nosotros o por lo menos yo sigo prestando atención a estos exóticos temas en el siglo XXI. La constante a lo largo de todo ese tiempo es la guerra cultural, un conflicto ineludible de militantes e infieles, y de fieles contra militantes, donde éstos están convencidos que tienen de su lado a Dios, por lo que nunca pueden perder. Aun si estuvieran reducidos al último exhausto pelotón, se tendrían necesariamente que asumir como los triunfadores. Esos son los verdaderos guerreros de la fe.

Pero la actitud de estos varones ante la mujer cautiva ha cambiado. Una creciente misoginia se apoderó poco a poco de los milicianos, quienes hoy ven en la filosofía contemporánea a un ser detestable. Al guerrero siempre le repugnaron los vellos, pero ya ni aún calva y rasurada imaginan bella a esa mujer altanera, y mucho menos vencida en sus brazos. La quisieran ver vencida en un féretro. Lo que hace sospechar que el soldado de Cristo de nuestro tiempo ha retirado su erotismo del campo de batalla y lo ha reasentado en rincones sombríos.

La Filo joven

Philosophia ancilla theologiae decían los medievales, la sierva de la teología, y no es casual que la representaran como una mujer de rostro bello y cabellos descubiertos. Pero aquellos viejos militantes aún tenían la capacidad de enamorarse de la filosofía, la querían llevar a su casa, la deseaban como se desea a una mujer. Comprendían por qué el botín de guerra pide un luto antes de la cópula, y reconocían que esa unión, tarde o temprano, transformaría también a la religión.

Si no quieres cambiar, no te cases. Ese parece ser el lema hoy. En tiempos del franciscano Valadés el consejo era otro: “Es dañino el estudio de la filosofía si sus cultivadores no se esfuerzan en sujetarse al carácter y las costumbres del pueblo, en la medida en que la virtud misma lo tolere.” Dicho de otro modo: si te vas a casar con la cautiva, respeta su luto. Y aún de otro modo: sin perder en absoluto la rectitud de la vida cristiana, todavía en el siglo XVI el militante de la fe se dejaba transformar por el ingenio y los usos de la filosofía de su tiempo. Hoy, simplemente rehuye el combate y se contenta con la compañía de una anciana a la que solo le crecen las uñas.


Escrito por

Luis Eduardo Bacigalupo

Anti-filósofo, profesor de filosofía dedicado al estudio de la religión, creyente escéptico, malleus maleficorum... etc.


Publicado en

El Ojo de Timón

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