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¿están de bajada o me parece?

Vatileaks: mientras continúa el suspenso...

Publicado: 2012-06-12

... una reflexión, como para romper el hielo

Debo reconocer que me encuentro como desinstalado de mi plataforma. En los últimos días me he sentido obligado a callar ante las cosas inauditas que están ocurriendo en Roma. Ni el Papa es capaz de anticipar el desenlace de este thriller vaticano. Solo cabe especular y esperar, hablar para uno mismo o con unos pocos amigos y sentarse con los brazos cruzados. O en su defecto escribir algo en el blog, intentar que los deseos se disfracen de alguna teoría plausible. Al fin me decidí por esto último.

Creo que la crisis pide que se revise el discurso sobre la Iglesia, sobre lo que se entiende por ella como sujeto de diversos atributos y sobre lo que eventualmente la reemplazará en sus funciones más perdurables. No hago eclesiología ni me refugio en el sentido teológico del término; solo hago una simple consideración escéptica: tal vez no sea necesario esperar el fin de la jerarquía para ver surgir una nueva desmesura piadosa.

Sin proponérselo, los jerarcas impulsan la transformación de la Iglesia. Con sus decisiones proteccionistas rematan al sujeto en su fase agónica, de la que solo podrá emerger el exceso de una verdadera resurrección. Vivimos, al parecer, la clausura de la vieja identidad católica, pero que solo los ilusos ven como su crisis definitiva y final. Puede ser el final del catolicismo clerical, dogmático y autoritario, pero no mucho más que eso, porque el mito de la muerte y resurrección de la divinidad tiene una fuerza brutal.

También la Iglesia, como las personas, está lanzada a su historia, y como las personas, tampoco sabe lo que le adviene en el tiempo profano. Su configuración jurídica, su incesante cálculo político, toda su estructura mundana está arrojada, eyectada como temporalidad. La única forma de salvarse de la condición terrenal fue postularse como sujeto, asumir un derecho divino propio, y prescribirse un modo de ser que no es el suyo. El mito, el gran mito, fue solo su comparsa.

Hemos llegado, al parecer, a un punto en esa historia en el que ya no se trata de oponer a los múltiples discursos tradicionales sobre la Iglesia otro más sobre el mismo sujeto. Ahora creo que es tiempo de análisis, de preguntar cómo ha sido posible que esa cosa-hecha-de-innumerables-cosas que llamamos Iglesia haya alcanzado el siglo XXI. ¿Cuál es la real magnitud de su entropía? ¿Cuál ha sido su virtud? Y si aún la hay, ¿de quién es hoy la fuerza?

Yo tengo una sospecha, poco trabajada aún. Los jerarcas están haciendo de la sexualidad el principal factor de quiebre. Una misoginia atávica se combina en nuestro tiempo con el discurso homofóbico. Pero esas mismas palabras de exclusión y condena acumulan fuerza en las mujeres, en los homosexuales y, como respaldo y complemento, en todos los que no ven el mensaje de Cristo en la prepotencia de un alto clero decadente. En la fase actual no hay mucho que hacer por el cambio: los propios jerarcas lo están promoviendo.

Los obispos quisieran seguir teniendo la autoridad de la presencia: el templo rebosante; la imagen solemne que recorre las calles, seguida por centenares de fieles; el prelado que se hace atender por los políticos porque es uno más entre ellos. Pero la presencia que anhelan les es esquiva, y hoy la gente sospecha y pregunta por lo que hay detrás de la parafernalia. Y algunos, en número creciente, descubren que la Iglesia no es un sujeto, que solo se comporta como tal en el lenguaje, que solo es persona por un préstamo del lenguaje jurídico, que ya le toca pagar.

Las intrigas de la curia romana no son un drama pre-electoral ni un estado coyuntural de las cosas. Lo que ocurre en el Vaticano es lo que la propia doctrina teológica enseña: los cardenales nos exponen su condición originaria de culpables. Nos muestran su ser como profundamente pecaminoso, y profundo quiere decir aquí que en su ir cuesta abajo eventualmente tocarán fondo. En realidad, están haciendo su trabajo: tienen que matar al falso sujeto para que renazca el Espíritu.


Escrito por

Luis Eduardo Bacigalupo

Anti-filósofo, profesor de filosofía dedicado al estudio de la religión, creyente escéptico, malleus maleficorum... etc.


Publicado en

El Ojo de Timón

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