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Old Ratzinger

El Papa Ratzinger y la libertad (2/2)

Publicado: 2012-11-02

2.

Ratzinger sobre la libertad, treinta y cinco años después

“En la conciencia actual de la humanidad la libertad aparece en gran medida como el bien supremo por excelencia, al que se ordenen todos los demás”. Con esta frase destaca Ratzinger el factum ético de la cultura occidental: la libertad personal es el derecho humano fundamental. Pero esa misma cultura, paradójicamente, sospecha del concepto de verdad, y este desfase entre verdad y libertad es para Ratzinger el principal problema de nuestro tiempo. Cuando se pregunta por el contenido de esa aspiración a la libertad, Ratzinger recurre a la tradición filosófica en la que destaca la influencia de Rousseau, Marx, Nietzsche y Sartre, y cuyo efecto histórico ha sido lo que él llama “la sensibilidad media de la gente [que] entiende por libertad el derecho y la posibilidad de hacer todo lo que a uno le venga en gana”. El propio deseo se habría convertido en la única norma de acción.

El futuro Papa está meditando sobre el tema al inicio del siglo XXI y tiene ahora ante sus ojos los efectos del colapso de los sistemas de libertad inspirados en el marxismo. Ratzinger concede superioridad moral al sistema liberal en política y en economía, pero le resulta evidente que es demasiado grande el número de los que no participan de los frutos de esa libertad, más aún, de los que pierden toda libertad en el sistema triunfante. Él no ve cómo pueda darse una solución política sin una revisión del concepto de libertad acuñado en la historia moderna. En esa revisión, lo primero que conviene conocer es cuáles son sus raíces. Para ello, no sorprende que Ratzinger se remita a la Reforma. En su escrito La libertad del cristiano, Lutero puso como punto central en la agenda de la modernidad la libertad de la conciencia moral frente a la autoridad eclesiástica y comprendió la redención como la liberación del yugo de los preceptos. Aunque Ratzinger exagera cuando dice que esto implicó la liberación “de todos los ordenamientos religiosos que se hallaban por encima del individuo”, el paso de la Reforma a la Ilustración y al planteamiento de la autodeterminación y la autonomía de la subjetividad eran, en efecto, solo una cuestión de tiempo.

En el proceso que media entre Lutero y nuestros días, la ley y la libertad se manifestaron como polos opuestos e irreconciliables. Ratzinger cree ver en el viejo sueño de Marx la expresión más acertada del anhelo de libertad del hombre occidental moderno: “hacer hoy día esto y mañana aquello, ir por la mañana a cazar, por la tarde a pescar, al atardecer cuidar el ganado, en la sobremesa dedicarme a criticar; hacer lo que me plazca”. Se comprende así por qué la idea de los derechos humanos “es en primer lugar una idea revolucionaria: se halla contra el absolutismo de Estado, en contra de la arbitrariedad de la legislación positiva. Pero es también –añade Ratzinger– una idea metafísica”. ¿Cuál es esa concepción metafísica de la libertad de la que se perdió referencia en la modernidad, y que incluso desatendieron, como hemos visto, los redactores del artículo 17 de Gaudium et Spes?

“En el fondo –dice Ratzinger– detrás de ese deseo de libertad radical propio de la Edad Moderna se halla claramente la promesa: seréis como Dios [es decir] no depender de nada ni de nadie, no ser limitado en la propia libertad por ninguna libertad ajena”. Ese es para Benedicto XVI el núcleo teológico oculto de la voluntad de libertad, la ausencia de límites que desnaturaliza al ser humano al privarlo de su “ser-desde” y de su “ser-para”. Es de la teología revelada de donde obtiene Ratzinger la pauta metafísica de su antropología. El hombre es imagen de un Dios que es Ser-para-otro (el Padre), Ser-desde-otro (el Hijo) y Ser-con-otro (el Espíritu). Por eso, el hombre debe comprenderse bajo estas mismas categorías, tan claramente formuladas por San Agustín: para-otro, desde-otro, con-otro. Liberarse de esa antropología en nombre de la libertad de elección implica para Ratzinger la destrucción de la verdad del ser humano.

Si la verdad es la medida de la realidad humana, la verdadera libertad se mide en las relaciones y en los vínculos que sostienen al hombre. Desvinculado de la tradición, del derecho, de las instituciones y de la ley, el hombre se suprime como tal. Ratzinger cree que estas pertenencias no son antitéticas de la libertad; pero aún si lo fueran, me permito añadir, es en esa misma antítesis que se constituye la libertad: “La ausencia de derecho es ausencia de libertad”. Hay desde luego una tensión ineludible entre ley y libertad, que la modernidad ha agudizado y el propio Ratzinger platea las preguntas que hacen manifiesta esa dialéctica: “¿Qué es un derecho que se ajusta a la libertad?, ¿cómo tiene que ser el derecho para que se constituya [...] acorde con la libertad? [...] ¿cómo se encuentra ese derecho?” Su respuesta se apoya en la expansión del ser-para-otro a la humanidad entera, y no solo la de hoy sino también la del mañana.

Así, la responsabilidad aparece en el pensamiento de Ratzinger como el concepto ético central. “Eso significa que la libertad, para ser rectamente entendida, siempre ha de concebirse junto con la responsabilidad. [...] El incremento de la libertad tiene que ser incremento de la responsabilidad y esto supone la aceptación de vinculaciones que están por encima de nosotros mismos, que vienen exigidas por lo que supone la convivencia de la humanidad”. Ratzinger subraya que, en tanto respuesta a la verdad del ser humano, la responsabilidad forma parte de la verdadera historia de la liberación y consiste en una purificación constante de los individuos y de las instituciones [y estas cursivas son, por supuesto, mías]. ¿Quién decide, sin embargo, qué ha de purificarse y qué ha de conservarse? Esa es la pregunta, y como buenos hijos de la modernidad, los profesores de la PUCP no podríamos dejar de formularla e intentar responderla. Ratzinger, también conocido como Benedicto XVI, cree que no es el consenso sino la asimilación inteligente de las grandes tradiciones la que marca las diferencias de fondo entre lo puro y lo impuro, entre lo que ha de conservarse y lo que debe cambiar.

Huelga, pues, subrayar que Ratzinger no descarta los aportes de la modernidad. “No necesitamos en absoluto decir adiós a la herencia de la Ilustración en su conjunto [...]. Lo que necesitamos realmente es una corrección de curso.” Para el actual Papa, son tres los puntos que requieren corrección de rumbo: la comprensión de la libertad, el mito de un futuro liberado, y el sueño de la absoluta autonomía de la razón. ¿Dónde, en la vida institucional, se hacen visibles los efectos de esos factores?

La pregunta queda abierta a la debate y a la discusión. Mientras tanto, cierro mi ponencia con la cita que creo que corona estas reflexiones sobre la libertad. “En el ámbito de cada presente concreto –dice Ratzinger–, nuestra tarea consistirá en luchar por conseguir la mejor constitución relativa de la coexistencia humana, y en conservar el bien que de este modo se haya conseguido, superando el mal existente y defendiéndonos contra la irrupción de los poderes de la destrucción”. Suena, sin duda, a la postura de un conservador, pero, si se mira con cuidado, nos refleja muy bien. Luchar por la mejor constitución relativa de la convivencia humana en el ámbito de cada presente concreto necesariamenteabre la Iglesia al mundo y nos compromete, a los individuos y a las instituciones católicas, inevitablemente con el cambio, que es como preferimos referirnos a la superación del mal existente, tanto extrínseco como intrínseco.


Escrito por

Luis Eduardo Bacigalupo

Anti-filósofo, profesor de filosofía dedicado al estudio de la religión, creyente escéptico, malleus maleficorum... etc.


Publicado en

El Ojo de Timón

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