En el Corriere della Sera de ayer domingo, 30 marzo de 2014, el profesor Marco Rizzi ha publicado un interesante artículo titulado “Modernismo, aborto, opzione per i poveri: Sfide tra docenti e papi”, en el que hace un apretado resumen histórico de las relaciones, siempre ambivalentes, entre la Iglesia católica y la universidad. Rizzi parte de la hipótesis que, desde los inicios medievales de la universidad hasta hoy, se constata una tensión entre el deseo de control de la enseñanza por parte de las autoridades eclesiásticas y la autonomía a la que aspiran docentes y estudiantes. Su recuento de las controversias más notables empieza con Bologna, en el siglo XIII, y concluye con la Universidad de Notre Dame, Indiana, en el siglo XXI. En penúltimo lugar de esa lista aparece la Universidad Católica de Lima.
Antes de reseñar cómo interpreta Rizzi el conflicto de la PUCP con el Arzobispo de Lima, hay unos puntos de su artículo que conviene resaltar.
El título refiere a los desafíos que han enfrentado desde hace siglos los docentes y los papas. Aunque modernismo, aborto y opción por lo pobres no guardan el mismo nivel conceptual, en la interpretación que Rizzi tiene de todo el proceso, parece insinuarse que el desafío adquiere distintas temáticas centrales, de cuya razón o procedencia no nos habla. Lo que sí deja claramente establecido es que se trata de un desafío, es decir, no es un dilema que lleve inevitablemente a una ruptura, sino un problema que históricamente ha producido soluciones.
Docentes, estudiantes y papas de distintas épocas han estado siempre comprometidos con la tarea, conflictiva y muy difícil sin duda, de salvar el desacuerdo y continuar con la relación, por problemática que esta haya sido, y a la espera quizás de que surjan con el tiempo nuevos desacuerdos.
Hoy hay aproximadamente doscientas universidades vinculadas a la Iglesia católica y reunidas en una federación internacional (FIUC), desde donde sin duda se perciben infinidad de tensiones. Rizzi anota en este punto de su artículo que algunas universidades católicas son instituciones de “emanación pontificia directa”, que se encuentran principalmente en Roma y que están promovidas por órdenes religiosas o episcopados nacionales. [Debo añadir aquí algo que Rizzi no destaca, y es que estas universidades adquieren el privilegio de la autonomía académica en las disciplinas científicas, privilegio otorgado por los papas por ser fundaciones pontificias.] Pero hay también universidades católicas que son instituciones “de otro género”. Rizzi pone como ejemplo a la Universidad del sagrado Corazón de Milán, cuya fundación a inicios del siglo XX se debió a una iniciativa de laicos y religiosos. [Cabe glosar que estas universidades de otro género lo son porque tienen la prerrogativa de la autonomía plena. No tienen que pedírsela a nadie porque se fundaron a sí mismas.]
Llegamos así a los tiempos difíciles del modernismo. Rizzi señala que, al presentarse el desacuerdo que lleva este nombre, la vieja tensión entre autoridad eclesiástica y libertad de docencia se agravó al punto de convertirse en una fractura. Al inicio del 900 hubo despido de docentes, se creó una instancia en la curia dedicada a la vigilancia de las universidades y se estipuló como condición de ingreso a la docencia un juramento anti-modernista, medida esta última contraproducente, porque hizo que la Iglesia entrara en conflicto creciente con las legislaciones nacionales, que empezaban a garantizar la libertad de enseñanza en la mayoría de los países.
Como efecto del Concilio Vaticano II, Paulo VI canceló en 1966 el juramento anti-modernista, pero Rizzi señala con acierto que esto no significó la desaparición de las tensiones. Un nuevo frente se abrió casi enseguida con el desarrollo de la Teología de la Liberación y el desacuerdo que produjo en vastos sectores del alto clero. Y aquí es cuando pone como protagonista de esa nueva tensión a la Universidad Católica de Lima (sic, no la llama Pontificia).
El autor informa a sus lectores que la universidad limeña fue fundada en 1917, pero no aclara, porque quizás no lo sabe, que su condición es la misma que la Universidad de Milán, una fundación ex consuetudine, y no una fundación ex privilegio. De indicar solo la fecha de su fundación pasa directamente a reseñar el conflicto que actualmente la afecta. Se trata, en la percepción de Rizzi, de un largo conflicto con el obispo de la ciudad, que es formalmente su canciller. El obispo pidió la modificación de los estatutos de la universidad para poder acceder a sus órganos directivos; las autoridades de la universidad se negaron bajo razón de tutela de la autonomía.
Rizzi entiende que en esta disputa ha desempeñado un papel la orientación progresista de la universidad, “cuyo docente más célebre ha sido un exponente notable de la Teología de la Liberación, Gustavo Gutiérrez, por otra parte, nunca directamente condenado.” Añade que, a pesar de la intervención del Prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe, Gerhard Müller, a favor de la universidad, el decreto de la Secretaría de Estado que le revoca los títulos de Pontificia y Católica sigue vigente. Luego cierra su artículo reseñando la reciente disputa que afectó a la Universidad de Notre Dame.
Hay dos puntos destacables en la percepción que Rizzi tiene del caso PUCP. En primer lugar, él no representa al periodismo europeo sino al mundo académico, siempre mejor informado de las cuestiones de fondo, y sin embargo no parece tener del todo clara la historia de la PUCP y su peculiar situación respecto del título de pontificia. Esto es comprensible, porque ni siquiera en los círculos académicos peruanos se tiene claridad al respecto. En segundo lugar, Rizzi tiene una interpretación ideológica del conflicto, que plantea de manera nítida cuando contrapone el progresismo de la Teología de la Liberación a los afanes de control del obispo local, a quien no menciona, pero de cuya figura y posición ideológica sin duda está suficientemente enterado.
Es así como se ve desde fuera, y también desde dentro, el desacuerdo actual en torno a la PUCP. Lo que no veo es cómo salvar, en las actuales circunstancias, dos grandes escollos para una solución: (1) la aparente desatención por parte de Roma de las peculiaridades históricas, legales y canónicas de nuestro carácter pontificio; (2) la lamentable polarización ideológica en medio de la cual ambas partes locales pretenden enfrentar una tensión milenaria. Creo, sin embargo, que el artículo de Rizzi echa alguna luz sobre el desafío histórico que enfrentan, en este caso, el Papa Francisco y la comunidad universitaria de la PUCP: lograr una visión compartida de las posibilidades que, a pesar de los desacuerdos, abre para la Iglesia peruana y para el Perú una institución educativa católica de gran calibre.