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Un viejo pleito detrás del Sínodo

Publicado: 2014-10-11

La expectativa que en estos días genera el llamado sínodo de la familia es grande, entre otras cosas porque se trata del último capítulo de una larga contienda intra-eclesial. Desde hace más de una centuria los católicos se dividen respecto de una ética que tomó cuerpo en el Occidente como ideología política después de las revoluciones americana y francesa, y que conocemos como liberalismo.

Pocos católicos ven las tensiones de su Iglesia desde esa perspectiva. Muchos analistas que favorecen los cambios que se están produciendo atribuyen la resistencia a los mismos a disposiciones psicológicas tildadas de conservadoras, fundamentalistas, integristas o fanáticas, términos usados por lo general para descalificar moralmente a quienes no piensan como ellos.

Tal vez sea más provechoso averiguar qué piensan y no descalificar a los adversarios desde posiciones supuestamente superiores. Los conservadores —para usar un término que ellos aceptan— no son todos una sarta de psicópatas, y quizás algunos tengan mucho más claro lo que quieren que muchos progresistas. Mi impresión es que combaten una mentalidad que consideran la causa de todos los males que sufre el mundo hoy.

¿Qué es para ellos la mentalidad liberal? Una respuesta concisa y, a mi entender, aún vigente, a esta pregunta la he hallado en un pequeño libro, publicado en 1884, por Félix Sardà i Salvany, un sacerdote catalán muy querido en su pueblo, entre otras cosas por su dedicación a los más necesitados. El título de ese libro, que fue un best-seller, traducido a los principales idiomas europeos, es El liberalismo es pecado.

Se dice que el Papa León XIII y su hermano, el Cardenal Pecci, leyeron el librito y, al parecer, estimularon su difusión, principalmente en América del Sur, donde la Iglesia sentía la urgencia de contener la amenaza del liberalismo. Pero dejemos a los historiadores que nos ilustren al respecto, que hay ahí aún mucho pon por rebanar. Lo que aquí importa es reseñar brevemente porqué, según Sardà, el espíritu liberal debe condenarse.

Su respuesta es concisa y tal vez por eso ha perdurado tanto. Para este cura catalán, fallecido en 1916, el liberalismo se define como el conjunto de los principios liberales y sus consecuencias prácticas. No me extenderé en la reseña de lo que él llama las “consecuencias lógicas.” Me limitaré a presentar los principios liberales, porque ahí podría estar una de las claves para comprender las posiciones conservadoras de hoy.

Según Sardà, el liberalismo es un pecado porque se sostiene en estos seis principios, inaceptables para cualquier buen católico, que transcribo literalmente:

1. La absoluta soberanía del individuo con entera independencia de Dios y de su autoridad.

2. La soberanía de la sociedad con absoluta independencia de lo que no nazca de ella misma.

3. La soberanía nacional, es decir, el derecho del pueblo para legislar y gobernar con absoluta independencia de todo criterio que no sea el de su propia voluntad, expresada por el sufragio primero y por la mayoría parlamentaria después.

4. La libertad de pensamiento sin limitación alguna en política, en moral o en Religión.

5. La libertad de imprenta, asimismo absoluta o insuficientemente limitada.

6. La libertad de asociación con iguales anchuras.

Sardà cierra su lista señalando que el fondo común de estos principios es el racionalismo individual, político y social, de donde se derivan, cito:

“la libertad de cultos más o menos restringida; la supremacía del Estado en sus relaciones con la Iglesia; la enseñanza laica o independiente sin ningún lazo con la Religión; el matrimonio legalizado y sancionado por la intervención única del Estado: su última palabra, la que todo lo abarca y sintetiza, es la palabra secularización, es decir, la no intervención de la Religión en acto alguno de la vida pública, verdadero ateísmo social, que es la última consecuencia del Liberalismo.” 

Tal vez sea una exageración decir que en 2014, respecto del liberalismo, el ideario conservador siga siendo literalmente el mismo que hace 130 años. Sin embargo, sospecho que el espíritu anti-liberal no ha variado. A pesar de la aceptación de la soberanía nacional y la tolerancia de la autonomía social, que ya son inevitables en la práctica, el rechazo a la autonomía de la voluntad y la autodeterminación de la razón sigue siendo una bandera izada.

Este anti-liberalismo es el corazón del anti-modernismo, posición que sostuvo oficialmente la Iglesia católica hasta antes del Concilio Vaticano II. En el modernismo liberal ven los conservadores el gran factor de quiebre del sometimiento a la autoridad, un sometimiento que es para ellos la única virtud que puede garantizar la unidad del cuerpo social. Por eso, la familia y el matrimonio se ven desde su perspectiva como el último bastión.

Pero la gran ironía detrás de esta historia es que ahora les ha tocado a los conservadores obedecer y someterse a la autoridad de un Papa que algunos de ellos ya no dudan en llamar públicamente liberal. Un Papa pecador es un verdadero drama para un gran número de católicos: no pueden abandonar su lucha ideológica contra el liberalismo; pero tampoco pueden desconocer su autoridad ni amenazar la unidad de la Iglesia.

El resultado de este sínodo es crucial para conjeturar el curso que adquirirá este viejo desacuerdo en los años siguientes.


Escrito por

Luis Eduardo Bacigalupo

Anti-filósofo, profesor de filosofía dedicado al estudio de la religión, creyente escéptico, malleus maleficorum... etc.


Publicado en

El Ojo de Timón

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